Lo bueno de tener muchos años dedicados a conocerse uno mismo y a gozar del sexo (un poco como premio a tanto esfuerzo), es que en algún momento la Autoridad Interna, esa que se fundó siendo veraz y tornándose uno confiable para sí mismo, declara abiertamente su hartazgo con las consabidas fórmulas del progresismo y la corrección política.
Así, por ejemplo, confieso que me tiene harta el latiguillo de la discriminación o el machismo con el que te acusa cualquier tontín devenido crítico multifuncional en las redes sociales.
Me aburren soberanamente las chicas (y no tan chicas) acusando de machismo a cualquier homenaje al pene, o a la declaración de amor que se le pueda hacer al mítico órgano. Como si el Macho, esa construcción cultural, se fundara en el pene y no fuera un producto de la leche materna, entre otras exquisiteces de la familia humana.
Me aburren los policías culturales auscultando el pulso del deseo social para amordazarlo prolijamente, como si no fuera autoritarismo esa patética persecución de la falta proyectada en el otro.
Me aburren los nuevos inquisidores exigiendo el salvoconducto de la corrección política para librarte de la hoguera.
Me aburren, tontines, con ese dedito admonitorio apuntando fuera de sus propios cuerpos.
Sepan que los librepensadores no hemos necesitado nunca el consenso social o político para actuar consecuentemente con nuestras ideas de libertad.
Y sepan, también, ya que estamos, que quienes tenemos amigos "putos" y amigas "tortas" de toda la vida, y nos limpiamos el orto con la banderita del "gayfriend", nos decimos "puta" y "puto" a los que gustamos de la pija; y les decimos y se dicen a sí mismas "tortas", las chicas que prefieren la rajadura de la entrepierna femenina al colgajo de la entrepierna masculina.
Y todos nos reímos.
Porque el misterio está en el lenguaje y su sentido, y el sentido del lenguaje cambia según el contexto en el que se dice, en la carga con que se dice, y en lo que se esconde cuando se dice lo contrario de lo que se siente. Entonces lo escondido se resbala por el lenguaje como agua entre las manos
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