Sucesiones agotadoras de sujetos y predicados abstractos, refiriéndose uno al otro, se parecen, en poesía, al chirrido exasperante de la noria en un pozo seco.
Los poetas sangran desde lo intangible y la transfusión que los mantiene vivos se realiza en el mundo de las cosas tangibles.
Es así: él se retuerce como alimaña buscando en el laberinto del lenguaje un espejo, si no lo encuentra fracasa. Y eso es propio de poetas. Hay que tener corazón para vivir como poeta.
Ciertos escritores de poesía suelen programar el sangrado en tiempo y forma y son asistidos por su intelecto que desprecia profundamente la pérdida de límites y de certezas.
Cuentan con un lenguaje sofisticado, raro, complejo, filosófico, académico, sectario, con fulgores y destellos de inteligencia. No hay espejo. No fracasan. No son poetas.
Cómo, digo, cómo, cómo explicar que los "pajarito" - "árbol" - "mujer" - "ceniza" de Gelman, suenan como palabras nuevas incrustadas en el vacío desolado del lugar donde creció el dolor.
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